…Un sol brillante y candente; la copiosa y rica vegetación tropical que nos circunda por doquier; las brisas cálidas que acarician los cuerpos, duramente embravecidas durante algunas épocas del año; un glorioso mar caribeño que lava las costas del país, salado, tibio y sabroso; luz radiante, espacios que se extienden hasta donde alcanza la vista, exteriores variopintos, colores fuertes o suavizados, aromas que penetran en el cuerpo sin ser invitados, atardeceres y amaneceres inolvidables…
Todo conspira para presentar ante el mundo una imagen dominicana chispeante, fuerte, eminentemente rítmica en el desenvolvimiento diario y con el ritmo como sello distintivo de nuestro rico acervo musical y danzario, como ejemplarizan el pimentoso merengue que nos identifica ante el mundo y ante nosotros mismos, las olvidadas mangulina y yuca, y los cada vez más desconocidos chenche matriculado y carabiné.
Al hombre criollo, parte integral del universo latinoamericano, se le reconoce como patrón y centro de su familia, como todo un macho al cual las mujeres a su alrededor, llámense madre, esposa o hija, deben ser sumisas, le deben rendir honores y pleitesía. Sin penetrar en detalles sicológicos, puede pensarse que a esta tipología hombruna sólo le cabría la creación de obras musicales rudas, inmersas en ásperas armonías y con atisbos de tibios encantos melódicos, carentes en lo absoluto de toda dulzura, remanso y ternura.
Sin embargo, he aquí que el hombre criollo sí que es capaz de alabar a la mujer y externarle sus íntimos sentimientos, sus anhelos y nostalgias, sus desengaños y penas; es capaz de cantar sus conquistas, sus amores logrados o perdidos. Y existe un tipo de pieza musical dominicana, ejemplarizadora de los más nobles, sinceros, puros y profundos sentimientos volcados del hombre hacia la mujer, así como del más acendrado romanticismo decimonónico: la criolla.
Notables investigadores la han estudiado y definido -aunque con mucha brevedad, para mi gusto-. Por ejemplo, el recordado pianista, compositor e investigador Julio Alberto Hernández comenta en su obra Música tradicional dominicana, publicada en 1969: “La criolla es un estilo de serenata dominicana acostumbrada todavía en el ambiente urbano de las pequeñas poblaciones.” Amplía sus observaciones al aseverar que: “No es rigurosamente un género cultivado en el pentagrama, pero sí producto de trovadores populares, mayormente guitarristas, que han inspirado a muchos compositores cultos.”
En efecto, esta simbiosis entre los géneros folclórico, popular y clásico es muy característica de muchas obras de compositores nacionalistas, como ejemplariza la bellísima Fantasía criolla para orquesta sinfónica del maestro Bienvenido Bustamante, que lleva precisamente, una romántica Criolla instrumental como segundo movimiento.
Julio Alberto Hernández destaca el elemento sentimental característico del texto en la criolla –al igual que en la música, agrego- añadiendo la índole “de erotismo romántico y poético, que nunca trasciende de lo pasional a lo obsceno.” La cataloga como “la canción del país expresiva del amor”, remontándose a las voces acariciantes de los trovadores de antaño que en las noches de plenilunio volcaban sentimientos propios o transmitían los ajenos en las ventanas de agraciadas dulcineas, quienes despertaban con sus melodías anhelantes.
El estadounidense J. M. Coopersmith expresa en Música y músicos de la República Dominicana: “La criolla, serenata indígena sentimental de la República, es de origen algo dudoso…” y reitera que en su estructura “es quasi una barcarola.” El señor Coopersmith, que abrió camino a muchos otros estudiosos de nuestra música, nada entre la certeza y la negación al afirmar una duda en el origen de la criolla, habiendo apenas previamente afirmado, sin embargo, su origen indígena no en cuanto a los aborígenes que poblaban la isla antes de la colonia, sino en la calidad del vocablo según su significado literal de “originario del país de que se trata”.
Coopersmith indica que el elemento más característico de la criolla es “la mezcla de compases de 6/8 y 3/4”, que para mí ejemplariza magistralmente la clásica criolla Como me besabas tú de José Dolores Cerón –aunque ésta inicia con el compás de 3/4, que irá intercalando con el estable 6/8-.
Por su parte, el meticuloso Miguel Holguín-Veras destaca varias ideas importantes sobre la criolla en su importante estudio Acerca de canciones antiguas dominicanas. Antes, debo señalar que una buena parte del repertorio de criollas las muestra con una primera sección en modo menor –la modalidad de la pena, la nostalgia, la melancolía- y una segunda sección en el más gozoso y luminoso modo mayor, lo que representa un interesante contraste en el carácter. Y podría muy bien pensarse que siempre se han compuesto así.
En tal sentido Holguín-Veras destaca que “…algunas de las primeras criollas compuestas en nuestro país fueron escritas en modo mayor en toda su extensión, aunque tales composiciones no fueron definidas en sus inicios como criollas.”
Da como ejemplos a Feliz eres, labriego y Por ti sola, de Julio Alberto Hernández, al igual que otras conocidas canciones que define como “gérmenes de la criolla”, tales como Déjame volver al nido (también conocida como Al pie de una verde ceiba), con letra y música de Carlos Coca –de quien se desconocen sus fechas de nacimiento y muerte-, presentada a menudo como criolla aunque su tempo es más ligero, y Serenata, del venezolano nacionalizado dominicano Eduardo Scanlan, asesinado en 1887, lo que indica la antigüedad de este tipo de pieza.
Es bueno subrayar que la criolla lleva como apoyo rítmico el tintineo peculiar de las claves, que su tempo es moderadamente lento y su carácter es tranquilo, que sólo se canta y se escucha, no se baila, y que antiguamente solía acompañarse esencialmente con guitarra.
Al trasladarnos a épocas más recientes, en específico a las últimas décadas del siglo XX, hemos tenido un gran intérprete dominicano que devolvió a la ya olvidada criolla el auge que otrora gozara, y lo hizo no sólo de manera local, sino mundial y triunfal. La historia es quizás tan desconocida como interesante.
En 1977 se celebraría en la Sala Principal del majestuoso Teatro Nacional, en Santo Domingo, el famoso concurso Miss Universo. Los organizadores andaban buscando talentos artísticos nativos para el magno evento y se apersonaron en la Escuela de danza y música folclórica del recordado Fradique Lizardo. Allí participaba en el ámbito coral un joven que ya era bien conocido y aplaudido aquí y en el área, Fernando Casado. Mostraron el deseo de oírlo por televisión, pero no coincidía su próxima presentación en el Show del Mediodía con la estancia en el país del ejecutivo de Miss Universo.
Mas las circunstancias conspiraron en pro del joven criollo. Para entonces, Casado grababa un programa internacional en Puerto Rico que se retransmitía aquí y así pudieron verlo interpretando el gran hit de Charles Aznavour Venecia sin ti y otros más. Y gustó.
Entonces, quisieron escucharlo en vivo. El joven preparó Mi amor por ti, de Rafael Solano, y Como me besabas tú, de Loló Cerón. Luego de ratificar que esta última representaba un género netamente nativo y que esa pieza en particular la identificaba cualquier dominicano en cualquier parte del mundo que estuviese, contrataron a Casado, sin advertirle en cuál noche figuraría.
Querían vestirlo muy a lo galán romántico hollywoodense, pero él logró convencer a la gente del concurso de lo bien que se iba a ver el blanco traje típico del chenche matriculado en escena. Tuvo la razón.
Para sorpresa del cantante dominicano, en la noche central, la más importante de Miss Universo, la criolla de Cerón le dio la vuelta al mundo, y con ella, la voz dulce y acariciante de Fernando Casado, su estilo elegante y su caballerosidad acompañando a las bellas candidatas en su pase por el escenario, así como su hermoso y varonil traje típico.
Fernando Casado ha mantenido vivo durante años el aliento romántico y netamente emotivo de la criolla dominicana, lo que le agradecemos y aplaudimos calurosamente. Ha grabado y cantado aquellas criollas más antiguas, como Dorila de Alberto Vásquez, pasando por Lucía de Machilo Guzmán con letras de Joaquín Balaguer, Cartas y lágrimas de José Delmonte con texto de Francisco Álvarez Castellanos y, por supuesto, Como me besabas tú, de Cerón.
Junto a las interpretaciones de “El Magistrado”, debemos también tener en cuenta la belleza de criollas como La gaviota de Julio Gautreaux y texto de Juan Bosch, y de compositores contemporáneos como Héctor Martínez Cabruja con sus Alta y serena y Nereidita, Miguel Holguín-Veras con El cacaotal y A ti, labriego, y Aura Marina del Rosario con Patria adorada y Amor infinito. Todos ellos mantienen viva la romántica tradición dominicana de la criolla, a pesar de la notoria y progresiva desaparición de las expresiones sentimentales y amorosas, dentro del frenesí diario que impone la estresada vida moderna.
Por ese amoroso tesón vertido en la criolla, celebramos y manifestamos nuestro mayor aprecio y admiración, como músicos y dominicanos, a todos ellos, en especial a nuestro homenajeado, “El Magistrado” Fernando Casado.
Homenaje a Fernando Casado y la criolla
Academia Dominicana de la Lengua
Miércoles 13 de febrero de 2008
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