jueves, 17 de enero de 2013

Réquiem por Víctor Muñoz


(Este artículo lo envié a un colega del vespertino Última Hora, al día siguiente del suicidio del cronista Víctor Muñoz.  Por razones que desconozco, no fue publicado. Lo reproduzco hoy, en el 27 aniversario de la muerte de "El Besuquero", como un homenaje a su gran amistad.)


La inevitable visita de las parcas en reclamo de mi vida, cuando ellas así lo decidan, me tiene sin cuidado, pues como bien expresara el profesor Bosch a mediados del año pasado, “la muerte no tiene importancia”.

Y en efecto, lo importante es la vida. Por ello, cuando una persona joven se adelanta al reclamo de las inexorables “deidades del Infierno” y decide poner fin a su existencia, agobiada por la vaciedad, el hastío y el aislamiento producido por la vida moderna, se me encoge el alma. Y en el caso específico del suicidio de un compañero como Víctor Muñoz, me veo compelido a expresar un mea culpa, en nombre de todos quienes afligidos, acompañamos su cadáver hasta su última morada pero en cambio, conociendo su estado anímico depresivo, no fuimos capaces de acercarnos a su hogar a llevarle un cálido afecto que quizás le hubiera ayudado a superar la crisis de impotencia por la que estaba atravesando. (“Yo y mi sombra, ni un alma a quien contarle nuestras penas… Sólo yo y mi sombra, completamente solos y sintiéndonos tristes”.)

El lunes nueve del corriente, la periodista Rosanna Grullón, presintiendo lo peor, me convidó a hacerle una visita al “Besuquero” para llevarle un poco de aliento, así como recomendarle consultar a la psicóloga Bonnie Baher. Esa tarde llamé a Víctor por teléfono y conversamos acerca de su estado de salud y sobre la posibilidad de iniciar juntos en febrero, un programa radial. Me dijo que se sentía bien y que se trataba sólo de problemitas sin importancia. Quedamos de juntarnos después de la entrega de los Premios Casandra, para ultimar los detalles del programa de arte en cuestión.

Esa noche le comuniqué a la compañera Rosanna la conversación que sostuve con Víctor y le pedí que aplazáramos la visita a su casa, porque nuestro colega estaba bastante recuperado. Quizás mi excesiva preocupación por mi propio bienestar (al igual que sus familiares y allegados) me impidió descubrir en las escuetas palabras de Víctor, cualquier indicio sobre el fatal desenlace que se aproximaba.

¿Pudo haberse evitado el suicidio de Víctor Muñoz? Creo que sí. Como bien expresa esta máxima: “el amigo bebe ser como la sangre, que acude a la herida sin que la llamen”.

Pero no es momento ya de inútiles lamentaciones ni de hipócritas homenajes póstumos, sino de honda reflexión. Ojalá que la sorpresiva muerte de Víctor Muñoz nos sirva de lección a los cronistas de arte, nos estimule en pro de la unificación y nos impulse en lo adelante a ser más comprensivos, más solidarios, más humanos. Que así sea, por la eterna memoria de un compañero que fue ejemplo de humildad y de altruismo, y que sucumbió angustiado y abatido, ante la indiferencia y la apatía de quienes teníamos el deber solidario de ayudarle a creer en la utilidad de su vida. (“Se está haciendo tarde. ¿Alguien me reclamará alguna vez? ¿O quizá no me necesitan para nada?”)

18 de enero de 1986


Pie de foto: Víctor Muñoz sonríe, entre Wilkins y Arismendi.

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