República Dominicana. Eduardo Brito (su verdadero nombre era Eleuterio
Brito) nació en Puerto Plata en 1906. Oficialmente se conoce su fecha de
nacimiento como el 22 de enero, aunque existen dudas sobre la exactitud del
dato.
Brito tuvo una niñez muy pobre. Trabajó como
limpiabotas, dulcero, aprendiz de boxeador, etc., pero a medida que su voz se
revelaba extraordinaria, su vida fue tomando otros rumbos.
Su mundo limitado de serenatas y canciones entre
amigos, se ensanchó rápidamente desde que en 1926 se puso bajo la protección
artística del maestro Julio Alberto Hernández.
En 1927, en un banquete ofrecido al doctor José
Dolores Alfonseca y al licenciado Abigaíl Montás, se dio a conocer a la prensa
capitaleña. Participó con un programa a base de canciones y trozos de operetas.
La reseña publicada entonces por el Listín Diario,
dice: “Ignorábamos que existiese en Santo Domingo un cantante de
sus condiciones. Y lo más extraordinario del caso es que no posee ninguna
cultura musical. En él todo es instintivo, espontaneo, innato. Ha sido una
verdadera revelación”.
Para entonces, Brito había cantado en casi todo el
Cibao, San Pedro de Macorís y la Capital.
Y se pedía una beca, que nunca consiguió, para que “el joven barítono”
pudiese ir a Italia a estudiar. En 1928 conoció a la vedette Rosa Elena
Bobadilla, que habría de convertirse en su esposa y compañera inseparable.
En ese mismo año, con la dirección de Don Luis Rivera
se monta el Cuarteto de Rigoleto de Verdi. Son escogidos para la representación
Eduardo Brito, Susano Polanco, Catalinita Jáquez y Petrica Comprés. La función
es un éxito. Es el primer gran triunfo al más alto nivel profesional del gran
astro. La función tuvo lugar el 28 de septiembre de 1928, en el Teatro Ideal de
la ciudad de Santiago.
Dorothy Caruso, viuda del inmortal Enrico Caruso,
en una entrevista privada tuvo la ocasión de oír cantar a Brito y quedó
cautivada con la voz de éste.
Brito estudió con el maestro Serafini, quien le
instó a que renunciara al canto popular y se consagrara al estudio de la
técnica vocal, música, idiomas, etc. Pero Brito no podía entregarse al estudio,
debido a las obligaciones familiares que había contraído. Sus dotes naturales le
permitieron usar una extensa tesitura de barítono, que a veces alcanzaba la
altura de tenor.
En 1932, Brito formó parte, como una de las
figuras estelares, de una compañía creada por el pianista y compositor cubano
Eliseo Grenet para debutar en España. Viajó entonces por varios países de
América y Europa, deleitando con su arte.
Tras una brillante presentación en Panamá (luego
de varios años por otros países del mundo), vino a Santo Domingo para bautizar
su primer hijo. Se dirigió años más tarde a Puerto Rico y con su esposa y sus
dos niños volvió a Nueva York.
En la clínica Mayo, en 1944, le fue diagnosticada
la fatídica enfermedad mental que acabaría con
la fulgurante carrera artística de Brito, quien se reintegró a la
patria, pero ya no era el mismo hombre.
Ya no tenía bienes, todo lo había perdido en
España, donde llegó a ser la figura estelar de la zarzuela. Tiene que trabajar
como obrero. Comienzan sus trastornos mentales. Rosa Elena espera su tercer
hijo.
Nena Brito, hermana de Eduardo, casada con el
general Esteban Pérez, a través del esposo hace gestiones para que se envíen
los pasajes a Eduardo y Rosa Elena y regresen a República Dominicana. El cónsul
dominicano Luis Ortiz Arzeno le transmite a Rosa Elena las instrucciones que tiene de
proporcionarle los pasajes para el retorno. En mayo regresa Brito para no irse más de su amada Quisqueya.
Le esperan trabajos en las emisoras HIN y HIZ. Se
cuenta de que en una transmisión donde cataba, interrumpió su actuación y en el
aire dijo: “No, porque esta situación
está mala. Trujillo gobierna muy mal, la gente vive muy pobre”.
La transmisión fue interrumpida sacando la emisora
del aire. Se le quiso mandar a Canadá, donde la siquiatría tenía muy buenos
especialistas, pero él se oponía, alegando que lo querían matar.
Su delirio de persecución era muy acentuado. El Dr.
Záiter indicó: “Eduardo Brito tenía
sífilis cerebral, lo cual le producía trastornos nerviosos, delirio de
megalomanía”. Entre los años 1942 y 1943 le inyectaban bismuto.
A través de lo escrito por Julio González Herrera
en su libro “Cosas de locos”, se consignan los últimos instantes de la vida del genial artista:
A las dos de
la mañana (5 de enero de 1946) alguien oyó el susurro turbio y melancólico de
una voz que parecía de caverna… ¡Virgen de la Altagracia!.. Y a continuación
una serie de palabras disparatadas dichas en un inconsciente balbuceo.
A las cinco de
la mañana uno de los barrenderos gritó a voz en cuello: “¡Murió Brito, ya
salimos de ese locazo!”
Fue un día lluvioso; en la noche, 32 personas
presenciaron su entierro.
(Adaptado de la Enciclopedia Dominicana, Tomo I,
pp 287 y 288; y del Fichero Artístico Dominicano, de Jesús Torres Tejeda, pp 39
a 49).
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