lunes, 5 de enero de 2015

Eduardo Brito: Nuestro Barítono de siempre

República Dominicana. Eduardo Brito (su verdadero nombre era Eleuterio Brito) nació en Puerto Plata en 1906. Oficialmente se conoce su fecha de nacimiento como el 22 de enero, aunque existen dudas sobre la exactitud del dato.
Brito tuvo una niñez muy pobre. Trabajó como limpiabotas, dulcero, aprendiz de boxeador, etc., pero a medida que su voz se revelaba extraordinaria, su vida fue tomando otros rumbos.
Su mundo limitado de serenatas y canciones entre amigos, se ensanchó rápidamente desde que en 1926 se puso bajo la protección artística del maestro Julio Alberto Hernández.
En 1927, en un banquete ofrecido al doctor José Dolores Alfonseca y al licenciado Abigaíl Montás, se dio a conocer a la prensa capitaleña. Participó con un programa a base de canciones y trozos de operetas.
La reseña publicada entonces por el Listín Diario, dice: “Ignorábamos  que existiese en Santo Domingo un cantante de sus condiciones. Y lo más extraordinario del caso es que no posee ninguna cultura musical. En él todo es instintivo, espontaneo, innato. Ha sido una verdadera revelación”.
Para entonces, Brito había cantado en casi todo el Cibao, San Pedro de Macorís y la Capital.  Y se pedía una beca, que nunca consiguió, para que “el joven barítono” pudiese ir a Italia a estudiar. En 1928 conoció a la vedette Rosa Elena Bobadilla, que habría de convertirse en su esposa y compañera inseparable.
En ese mismo año, con la dirección de Don Luis Rivera se monta el Cuarteto de Rigoleto de Verdi. Son escogidos para la representación Eduardo Brito, Susano Polanco, Catalinita Jáquez y Petrica Comprés. La función es un éxito. Es el primer gran triunfo al más alto nivel profesional del gran astro. La función tuvo lugar el 28 de septiembre de 1928, en el Teatro Ideal de la ciudad de Santiago.
Dorothy Caruso, viuda del inmortal Enrico Caruso, en una entrevista privada tuvo la ocasión de oír cantar a Brito y quedó cautivada con la voz de éste.
Brito estudió con el maestro Serafini, quien le instó a que renunciara al canto popular y se consagrara al estudio de la técnica vocal, música, idiomas, etc. Pero Brito no podía entregarse al estudio, debido a las obligaciones familiares que había contraído. Sus dotes naturales le permitieron usar una extensa tesitura de barítono, que a veces alcanzaba la altura de tenor.
En 1932, Brito formó parte, como una de las figuras estelares, de una compañía creada por el pianista y compositor cubano Eliseo Grenet para debutar en España. Viajó entonces por varios países de América y Europa, deleitando con su arte.
Tras una brillante presentación en Panamá (luego de varios años por otros países del mundo), vino a Santo Domingo para bautizar su primer hijo. Se dirigió años más tarde a Puerto Rico y con su esposa y sus dos niños volvió a Nueva York.
En la clínica Mayo, en 1944, le fue diagnosticada la fatídica enfermedad mental que acabaría con  la fulgurante carrera artística de Brito, quien se reintegró a la patria, pero ya no era el mismo hombre.
Ya no tenía bienes, todo lo había perdido en España, donde llegó a ser la figura estelar de la zarzuela. Tiene que trabajar como obrero. Comienzan sus trastornos mentales. Rosa Elena espera su tercer hijo.
Nena Brito, hermana de Eduardo, casada con el general Esteban Pérez, a través del esposo hace gestiones para que se envíen los pasajes a Eduardo y Rosa Elena y regresen a República Dominicana. El cónsul dominicano Luis Ortiz Arzeno le transmite a Rosa  Elena las instrucciones que tiene de proporcionarle los pasajes para el retorno. En mayo regresa Brito  para no irse más de su amada Quisqueya.
Le esperan trabajos en las emisoras HIN y HIZ. Se cuenta de que en una transmisión donde cataba, interrumpió su actuación y en el aire dijo: “No, porque esta situación está mala. Trujillo gobierna muy mal, la gente vive muy pobre”.
La transmisión fue interrumpida sacando la emisora del aire. Se le quiso mandar a Canadá, donde la siquiatría tenía muy buenos especialistas, pero él se oponía, alegando que lo querían matar.
Su delirio de persecución era muy acentuado. El Dr. Záiter indicó: “Eduardo Brito tenía sífilis cerebral, lo cual le producía trastornos nerviosos, delirio de megalomanía”. Entre los años 1942 y 1943 le inyectaban bismuto.
A través de lo escrito por Julio González Herrera en su libro “Cosas de locos”, se consignan los últimos  instantes de la vida del genial artista:
A las dos de la mañana (5 de enero de 1946) alguien oyó el susurro turbio y melancólico de una voz que parecía de caverna… ¡Virgen de la Altagracia!.. Y a continuación una serie de palabras disparatadas dichas en un inconsciente balbuceo.
A las cinco de la mañana uno de los barrenderos gritó a voz en cuello: “¡Murió Brito, ya salimos de ese locazo!”
Fue un día lluvioso; en la noche, 32 personas presenciaron su entierro.

(Adaptado de la Enciclopedia Dominicana, Tomo I, pp 287 y 288; y del Fichero Artístico Dominicano, de Jesús Torres Tejeda, pp 39 a 49).

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