La joven cellista dominicana Nicole Peña-Coma salió airosa en su debut con la
Orquesta Sinfónica Nacional, la noche del jueves, en la sala Carlos Piantini del
Teatro Nacional Eduardo Brito.
Nicole interpretó el Concierto No. 1 en re menor, para violonchelo
y orquesta, de Édouard Lalo, cuyos tres movimientos abordó con pasión y
entrega, recibiendo cálidos aplausos y elogiosos comentarios.
La Sinfónica, dirigida por el maestro Caonex
Peguero-Camilo, logró conectar con el público desde el inicio, con una hermosa
pieza que abrió el programa en sustitución de la Obertura Carnaval, como se
había anunciado.
A seguidas entró al escenario Nicole, serena y
sonriente, demostrando con su interpretación su absoluto dominio sobre el
violonchelo, considerado tradicionalmente como
uno de los instrumentos de cuerda que más se parece a la voz humana.
Nicole se desenvolvió libremente en su conversación con la orquesta a través de
los tres movimientos, desde el Preludio, pasando por el Intermezzo, hasta el
Finale.
Luego del intermedio, los
presentes disfrutaron dos composiciones del
Maestro Darío Estrella, quien desde los años 80 se ha empeñado en llevar la
música folclórica dominicana a la Orquesta Sinfónica. La primera pieza,
Cantatas y Partituras para Amantes y Duendes, cuyo título se desprende de un
Poema del escritor Tony Raful, lleva una base rítmica de atabales, y la
segunda, Las aguas del Yaque del Norte, es una Merenatta o Serenata Merengue.
Ambas interpretaciones fueron muy bien acogidas por el público.
A continuación, la Orquesta se creció en la interpretación de “España”,
Rapsodia para Orquesta, de Emmanuel Chabrier, donde destacan los instrumentos
de viento, metales y maderas. Esta pieza tiene un sentimiento eminentemente
español, a pesar de estar escrita por un compositor francés.
El programa concluyó con “La Valse” (Poema Coreográfico), de
Maurice Ravel. Este compositor, también francés, mayormente conocido por su
famoso Bolero, escribió sobre La Valse, según apunta Mercedes Aróstegui Vidal:
“Concebí esta obra como una apoteosis del vals vienés y en mi imaginación
suscitó la impresión de un torbellino fantástico y fatal. Me transportaba al
ambiente del salón de un palacio en los alrededores del 1855”.
(Fotos: David Soto)
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